Quién es la científica argentina que busca revertir el autismo

Un equipo de investigadores logró revertir, en ratones, ciertas conductas relacionadas con el autismo. Sin embargo, las causas más profundas aún siguen siendo un rompecabezas sin resolver.

El 1% de la población mundial se encuentra dentro del Trastorno del Espectro Autista (TEA). En la Argentina se estima que cerca de 400.000 personas responden a este diagnóstico.

Este trastorno se refiere a un grupo de modificaciones del neurodesarrollo que se identifican por alteraciones en la comunicación social y en los patrones de comportamiento e intereses, particularmente, está caracterizado por generar un déficit en la sociabilidad del sujeto que lo padece.

Según estudios epidemiológicos recogidos por la Organización Mundial de la Salud realizados en los últimos 50 años, la prevalencia mundial de estos trastornos parece estar aumentando. Hay diferentes explicaciones posibles para este aparente incremento: una mayor concienciación, la ampliación de los criterios diagnósticos, mejores herramientas diagnósticas y más difusión.

Sin embargo, las causas que subyacen a la condición aún no son claras: la evidencia científica más reciente parece apuntar a una combinación de factores ambientales y sociales con ciertas predisposiciones biológicas y neurales. De eso se encarga Amaicha Depino, neurocientífica investigadora del Conicet y doctora en biología por la Universidad Buenos Aires.

"Hoy sabemos que son las susceptibilidades biológicas las que se refuerzan con la interacción social. Si bien no sabemos cuáles son exactamente, sí sabemos que como en toda enfermedad y condición humana, hay un factor biológico", dice Depino

 

Solución argentina

El trabajo de esta investigadora se fundamenta en la creación de modelos animales del TEA, específicamente ratones, porque estos animales son naturalmente sociables y curiosos lo que facilita que los investigadores vean los cambios que pueden suceder.

En este caso, los científicos locales están trabajando sobre una reciente hipótesis que relaciona el uso de ácido valproico (un anticonvulsivo bastante común) en la etapa prenatal con ciertas características propias del TEA. En los ratones se da una sola inyección en la mitad de la preñez, que es cuando cierra el tubo neural, un momento clave para el desarrollo del sistema nervioso.

"En los ratones tratados se observó menor sociabilidad y ahora queremos ver qué sucedía si, al momento del destete, enriquecemos su vida social", explica la científica. Para esto, los investigadores crearon dos grupos de ratones, uno que fue sometido al ácido valproico y, en efecto, desarrolló características propias del TEA.

Sin embargo, los científicos sometieron a estos ratones a una fuerte estimulación temprana para poner a prueba la hipótesis de que así puede revertirse algunos aspectos del trastorno. El experimento dio resultado y los científicos corroboraron que los ratones del grupo experimental no desarrollaron asociabilidad. En efecto, se puso a prueba a los animales con diversos ejercicios. Uno de ellos consistía en, dentro de una estructura de laberinto, elegir un camino donde había un objeto y otro donde había otro animal. Los ratones, como era de esperarse en condiciones normales, eligieron el camino donde había otro ser vivo. También se puso a prueba a los ratones del experimento con los de control haciéndolos interactuar entre sí.

"Ahora falta entender qué pasó y por qué", dice Depino sobre este trabajo, ya que aún se desconoce el mecanismo por el cual sucede, aunque hay una línea de investigación ya abierta. "Usando un tomógrafo de pequeña escala vimos una región cambios en una región, la corteza piriforme, que no estaba siendo muy estudiada y que podría tener implicancias en el desarrollo de la conducta autista", concluye Depino.

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