Divina V, una fashion editor de película

El viernes próximo se estrena en los Estados Unidos el documental The eye has to travel, que rescata el genio (excéntrico) y la figura (exótica) de Diana Vreeland, árbitro de la moda del siglo XX desde las páginas de Harpers Bazaar y Vogue.

T he one & only. La emperatriz de la moda. El árbitro de la elegancia emocional. La descubridora de talentos de la pasarela, de Lauren Bacall a Twiggy. La suma sacerdotisa que ungió a diseñadores como Oscar de la Renta y a fotógrafos como Richard Avedon. La divulgadora de vocablos del fashion business que fueron incorporados al lenguaje universal, como look (expresión de la personalidad a través de la actitud indumentaria) y allure (encanto y sofisticación innatos, aplicable tanto a la apariencia como a la inteligencia). La primera editora de revistas femeninas que se encaramó en el star system del siglo XX.
Desde las páginas de las ediciones estadounidenses de Harpers Bazaar y Vogue, Diana Vreeland inventó el periodismo de moda tal y como lo consumimos hoy, 75 años después de su debut como crítica y gurú. Las tendencias, lo in&out, las celebridades en la vidriera, los básicos, las it girls, los accesorios fetiche, lo que no puede faltar en el fondo del armario, los new arrivals, los talentos emergentes. Y los tips, los consejos, las claves, los secretos, los must, los trucos... Y también los qué-les-parece-lo-que-se-puso. O, para más inri, los qué-me-pongo. De lo obvio a lo excepcional, todo, absolutamente todo lo que leemos -y a veces escribimos- quienes amamos amar la moda, fue intuido y acometido por Ella.
La Vreeland creía que demasiado buen gusto puede ser aburrido. Y, para conjurar a esos demonios que se esconden en los pliegues de lo cotidiano, se aseguró de que cada decisión editorial alimentara su leyenda. Fuera elegir a una modelo bizca (Lauren Hutton), ungir a un designer desconocido (Manolo Blahnik) o aconsejar el maridaje entre piezas de alta costura y saldos de department store, cada página de las revistas que envió a imprenta entre 1937 y 1971 definió, antes que una época, a la mismísima Vreeland a través del tiempo. Eso que los anglosajones definen como journey, sinónimo de recorrido vital, es lo que más fascina de la Divina V.
Una self-made woman que cambió para siempre a una industria cuya materia prima son los sueños... ponibles. Una historia real de visión y triunfo, convenientemente sazonada por extravagancias, polémicas y desafíos al establishment. Con semejantes pergaminos, se imponía que Vreeland fuera protagonista de una película celebratoria de su legado. En rigor, el cine ya la ha invocado, rizando el rizo del absolutismo con que gestionaba a sus equipos de trabajo y del despilfarro que suponían las producciones fotográficas que orquestaba.
Allí está, retratada o caricaturizada, en Funny face (con Audrey Hepburn y Fred Astaire), Infamous (basada en la vida de su amigo Truman Capote) y Devil wears Prada (aunque la composición de la tiránica editora en jefe Miranda Priestly comparte ADN con Anna Wintour, directora de Vogue USA desde 1988).
Pero llegó la hora de la verdad. O, al menos, de la faction, esa hija bastarda de la realidad y la ficción a la que Vreeland consentía como a su única heredera. Porque el viernes próximo se estrena, en los Estados Unidos, The eye has to travel, un documental que aborda el fenómeno D.V. desde una perspectiva integral: la aristócrata ociosa que se convirtió en workaholic, la máxima autoridad en estilo que superó sus inseguridades estéticas (era altísima, magrísima, aguileñísima), la gestora cultural que consiguió encumbrar a la moda como una de las bellas artes en su rol de consultora del Costume Institute en el Museo Metropolitano de Arte, en NY. Un relato que, en la palabra de quienes la conocieron, rescata la voz de la que lo dijo todo. Antes. Y mejor. z we
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