Promesas de campaña o los artilugios para alcanzar el poder

La carrera definitiva hacia el sillón de Rivadavia ya comenzó. Por eso, bien vale un repaso por las consignas de campaña de las últimas tres décadas que ayudaron a ganar una elección, pero no siempre fueron cumplidas. De la revolución productiva de Carlos Menem al acuerdo social de Cristina. ¿Incapacidad, olvido o mero incumplimiento? La opinión de los especialistas.

El hermano de un ex presidente, actual gobernador de San Luis y futuro candidato para octubre, promete construir casas por $ 90 mensuales en todo el país. Un santafesino afirma que el 82% móvil será una realidad para todos los jubilados del país. En una sintonía similar, el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires durante la administración menemista asegura que le ganará a la inseguridad porque no tolera más ver gente que pierde a sus familiares. En tanto, el hijo de otro ex presidente -ya más devaluado por el resultado de las primaras-aspira a concretar el hambre cero. Las hay para todos los gustos, las promesas electorales están en el foco de las miradas, pese a que el veredicto de las primarias ya parece anticipar un resultado muy holgado en favor del kirchnerismo y difícil de revertir por la desperdigada oposición.
¿Son cumplidas las promesas electorales o sólo se tratan de meros artilugios para procurar la conquista del poder?

Desempolvando a Maquiavelo
Para ciertos teóricos de la ciencia política, la traición, dentro de este campo, es un mal congénito. Sin embargo, no siempre es así. "No cumplir promesas ni acuerdos, no respetar alianzas, entre otros, termina siendo inevitable y la influencia de Maquiavelo como teórico de la política práctica en el mundo occidental es una evidencia de ello. Pero también está el hecho de que en política se termina haciendo lo que se puede y no lo que se quiere", sintetiza Rosendo Fraga, director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.
En este sentido, en la política resulta sustantivo distinguir dos escenarios: el electoral y el de gobierno, que responden a dos lógicas diferentes. "En el primero, se maximizan votos, y en el segundo, se negocia con actores que no necesariamente son votantes", señala Diego Reynoso, politólogo e investigador del CONICET y FLACSO. Los recursos políticos e institucionales no son los mismos al llegar al poder que en época de campaña. "Las promesas suelen hacerse con hiperinflación de expectativas y sobreestimación de los propios recursos porque su lógica persigue captar un mayor número de electores", agrega.
"El quid de la cuestión radica en diferenciar slogans que se lanzan creyendo en éstos de los que son puro palabrerío", sentencia Marcos Novaro, investigador del CONICET. Existen aquellos que son sobrecargados y reflejan lo que su emisor realmente cree. Un ejemplo se dio en 1983.
"Alfonsín, tras un tiempo, se percató de que a la larga las condiciones no eran las propicias aunque, de todos modos, siguió creyendo en sus promesas", agrega Novaro.
Con el retorno a la democracia, Raúl Alfonsín planteó promesas electorales muy convincentes a juzgar para la sociedad de entonces, entre ellas, la propuesta de juicio a los responsables de la última dictadura que, en una sociedad lastimada por el terrorismo de Estado, tuvo muy amplia aceptación. El lema durante la presidencia "con la democracia, se come, se cura y se educa" fue exitoso, el mandatario lo creyó y así también la sociedad que lo secundaba. Lo repitió insistiendo en el reforzamiento del carácter institucional de la recuperada democracia. No obstante, de la enunciación a su correcta aplicación bien puede existir una brecha que diste del primer momento. "Alfonsín incumplió en lo económico y social, pero no en lo político-institucional", opina Rosendo Fraga.
Se trata de un problema de credibilidad y, en la Argentina, ésta no abunda. "El gobierno argentino tiene pocas credenciales de cumplir promesas y muchas veces debe quedar atrapado en éstas. Así sucedió con la convertibilidad, por ejemplo", explica Novaro. Por lo general, existe muy baja fe en las consignas de campaña, no sólo por parte del público sino también de los candidatos.
Apelar a lo emocional de la ciudadanía es uno de los puntos fundamentales. "La gente no vota por propuestas y raramente vota por ideas. Se vota con una mezcla de cerebro y corazón", remata Manuel Mora y Araujo, director de Mora y Araujo.
Los políticos que saben hacer un excelente uso de la palabra son los que más chance tienen de conquistar al púlpito y dotar de mayor credibilidad a sus promesas en tiempos proselitistas. La retórica no siempre se debe a la improvisación y hasta puede ser dominada a partir del control profesional de un arte que se cultiva.
"Hay muy distintos estilos. Los oradores 'clásicos' se terminaron con Frondizi. Alfonsín tenía algo de ese estilo. Menem era otra cosa, pero llegaba. Lo mismo Néstor Kirchner, si bien más lacónico", explica Mora y Araujo.
Las promesas importan menos que la credibilidad, la cual surge de otros atributos personales, donde la retórica suma. "Desde Aristóteles, en la Retórica, como mínimo, siempre se ha considerado la importancia de emocionar en función de persuadir", subraya Silvia Ramírez Gelbes, directora de la carrera de Comunicación de la Universidad de San Andrés (UdeSA).
La retórica suma "rentabilidad" a las promesas electorales e imprime valor agregado. "Es marketing. Parecido a las promesas del marketing comercial", explica Mora y Araujo. En este sentido, se compra un candidato como un objeto.
"Sin dudas, los políticos saben que la retórica es 'rentable' desde el punto de vista electoral e históricamente fue estudiada en términos de eficacia por ellos y por sus asesores. De todos modos, no se puede negar que algunos sujetos -políticos o no- son más competentes naturalmente en su retórica", agrega Ramírez Gelbes. En su opinión, de los últimos 30 años, los sujetos políticos más competentes en su uso han sido Alfonsín y la actual presidenta.
"Cristina es más tipo maestra. Cada uno tiene su estilo de oratoria", completa Mora y Araujo.
En muchos casos, el maquiavelismo explica por qué no se cumple una promesa.
"Lejos del poder, hay cosas que parecen posibles pero, una vez en él, resulta que no es tan fácil llevarlas adelante", recuerda Fraga. En otros casos, de antemano se sabe que no se cumplirán. "Es probable que supieran desde el momento en que hicieron la promesa que no la cumplirían, pero también sabían que esa promesa era persuasiva para el electorado. En otros casos, es probable que creyeran que la cumplirían, pero la realidad después se les impuso y no pudieron hacerlo", indica Ramírez Gelbes.
Como la política no siempre es el reino de lo que se quiere hacer, algunos presidentes no cumplieron con todo. Toda consigna de campaña depende de las circunstancias y las opciones de turno, lo que puede explicar el desfasaje entre la promesa electoral y lo que viene después. "Lo deseable es que los candidatos tengan un programa y lo respeten", opina Germán Lodola, profesor del departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT). Pero, en la política, casi nada es perfecto. "Desde el plano de la ciencia política, los discursos académicos apuntan a la fusión entre el plano electoral y el de gobierno", apunta Reynoso.

Los felices ´90 y después
Cuando las promesas electorales no las cree el propio político emisor, se asiste a un juego de simulación y a una aventura muy peligrosa.
"El caso maquiavélico histórico que recuerdo es el de Carlos Menem, quien confesó, años después de haber ganado la elección, que si él hubiera dicho la verdad, no lo habrían votado", rememora Ramírez Gelbes.
La insinceridad resulta más útil que decir la verdad, a pesar del costo a largo plazo. Las promesas incumplidas pero sinceras también son muy perjudiciales. "Otras promesas maquiavélicas generaron credibilidad pero el efecto fue malo", explica Novaro.
"La revolución productiva y el salariazo claramente no eran posibles, pero Menem abusó de estas promesas mostrándose a la larga manipulador, utilizando las ideas con el fin de ganar adherentes y mantenerse en el poder. Tenía un diagnóstico preciso de la economía y sabía lo que hacía, en ese sentido se mostró manipulador", agrega.
La sanción de la Ley de Convertibilidad es un claro ejemplo de que muchas consignas de campaña resultan mortales. Si bien no se trató de una promesa electoral porque fue lanzada dos años después de haber asumido Menem la Presidencia, su continuidad se hizo promesa con su sucesor, Fernando de la Rúa. Durante una década, se asistió al montaje y a un gran recurso de construcción de confianza y gobierno. "No hubo ruptura de las promesas, al contrario, la convertibilidad funcionó muy bien junto a la Constitución y la institucionalidad democrática", advierte Novaro. Se generó un gran recurso de confianza en la mantención de legitimidad del sistema.
En 2001, cuando el sistema explotó por los aires, la mayoría seguía creyendo en el 1 a 1. "Cuando la convertibilidad dejó de ser útil, las encuestas medían que su aceptación era más que alta aunque, paradójicamente, rechazaban el sistema económico. En concreto, hacia fin de ese año, tenía un 80% de aceptación", señala Novaro. "Era políticamente muy costoso abandonar la convertibilidad y podía hacerse sólo con un gran apoyo político, que no había", agrega Lodola. "El un peso, un dólar de De la Rúa fue una de las promesas más creíbles", resume Mora y Araujo.
Llegó un momento en el que se detectó cierta ambigüedad entre el sistema económico y la convertibilidad y, precisamente, la ironía consiste en detectar que ese carácter ambiguo fue el sustento del funcionamiento económico por varios años, hasta que todo el edificio colapsó. "Lo anterior demuestra que si una promesa se cumple, luego hunde y ata a seguir cumpliéndose porque si no hay un rechazo generalizado", reflexiona Novaro.
Cuando De la Rúa llegó al poder en 1999 creía en la convertibilidad. Su equipo de economistas y la sociedad entera también, si bien es meritorio reconocer que no era nada fácil aunar el 1 a 1 con el nuevo plan. Ya era tarde para echar el camino atrás. "Al ex presidente suele vérselo rápidamente como torpe e incapaz, pero su perfil es mucho más complejo. Combinó la más pura ortodoxia haciendo gala de un maquiavelismo puro, mientras es cierto que a la vez mostró torpeza. Maquiavélico e ingenuo a la vez", resume Novaro.
A De la Rúa se lo vio muy poco creíble en determinadas temáticas y en otros temas todo lo contrario, como a sus pares Alfonsín y Menem. De todos modos, no pudo -o no supo- hacer nada frente al temporal que se avecinaba. Así como otros presidentes tuvieron su sanción electoral -Kirchner en 2009-, a De la Rúa le llegó en 2001 con resultados apocalípticos.

Las nuevas promesas
Hoy en día, aparecen slogans por doquier en vistas del próximo octubre. Pero a los Kirchner es difícil insertarlos dentro de la lógica de la promesa. "No encajan del todo porque la política está devaluada y así no tiene sentido prometer. Son autónomos. Lo que importa es lo que ellos hacen en la medida en que se identifican con lo popular y lo nacional. Se construye algo que escapa a la promesa y no deben rendir cuentas porque ellos son el todo", explica Novaro. En todo caso, como expresa Mora y Araujo, "el oficialismo promete más del 'modelo'; se entiende qué es y se cree que será cumplido porque es lo que se viene haciendo", indica.
Las condiciones en que Kirchner llegó al poder, en 2003, no son las mismas respecto a las existentes cuando su mujer lanzó la candidatura en 2007.
En el primer año, más que de consignas se habló de reconstruir la situación, después de 2001. Las principales prioridades eran la renegociación de la deuda y los pagos al FMI, no había consignas claras de campaña, mientras que en 2007 estas últimas eran consistentes con lo que se había hecho al momento y aún más en 2011.
"A grandes rasgos, si se quiere, la consigna para las próximas elecciones será profundizar lo hecho, ir por más conquistas, más allá de lo discutibles que sean. Una suerte de derrotero por el legado recibido. El Gobierno tiene que demostrar que promete profundizar la senda emprendida", advierte Lodola. "Tal vez, un asunto pendiente sea el tema del acuerdo social, un ítem a resolver en el cual se observa la falta de visión común dentro del Gobierno sobre cómo llevarlo adelante", agrega.
"En la visión científica sobre cómo se vota, los Kirchner pueden ser vistos en la de retrospectiva, porque en buena parte del voto de 2011 el elector considerará la trayectoria gubernamental", coincide Reynoso.
Mientras tanto, la fragmentada oposición lanza frecuentemente consignas abstractas, por caso, Eduardo Duhalde y la Coalición Cívica hablaban antes de las primarias de combatir la inseguridad. "El problema es cuando las consignas atacan la generalidad y no apuntan a lo concreto", explica el profesor de la UTDT.
Resulta tentador en un año electoral inmiscuirse en la mente de los políticos. "Salvo sus allegados o sus conciencias, no se puede saber en qué casos se da el maquiavelismo o la realidad en la promesa electoral de un político, sólo puede haber conjeturas", reflexiona Ramírez Gelbes.
"Si Menem giró desde posiciones populares con el salariazo a una fórmula neoliberal, sólo él sabe por qué", concluye Lodola. z we

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