El milagro de Mauricio

Son varias las lecturas que se pueden hacer del hecho de que Mark Zuckerberg haya anunciado la donación para obras de caridad del 99% de sus acciones en Facebook en forma simultánea a la presentación en sociedad de su beba recién nacida. Se lo puede entender como una señal más de la extendida preocupación por la creciente desigualdad de ingresos y patrimonio que hay en el mundo y, particularmente, dentro de cada país. También se lo puede ver como un caso extremo de los que, a diario y por miles, demuestran que la idea de igualdad de oportunidades es falsa desde el principio, porque algunos nacen en la miseria y otros habiendo ganado la lotería del ovario, como ingeniosamente dijo alguna vez Warren Buffett, el multimillonario que, junto con Bill Gates, lanzó hace algunos años la iniciativa The Giving Pledge (el compromiso de dar), comprometiéndose a donar al menos la mitad de su patrimonio. El 1% que le quedaría de herencia a la hija de Zuckerberg equivale a varios cientos de millones de dólares.

Otro que viene advirtiendo con insistencia sobre la desigualdad es el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, que acaba de publicar el libro La Gran Brecha - Qué Hacer con las Sociedades Desiguales, recopilando y ampliando escritos y ensayos suyos sobre el tema. Uno de los capítulos se titula El milagro de Mauricio, que por supuesto no hace referencia al presidente electo de la Argentina sino al pequeño país insular africano ubicado en el Océano Indico al este de Madagascar.

En una visita que hizo hace algunos años Stiglitz se sorprendió de que ese país haya crecido durante casi tres décadas a una tasa promedio del 5%, elevando su ingreso per cápita de menos de u$s 400 al momento de independizarse de Gran Bretaña en 1968 a más de u$s 7000 en la actualidad, transformando una economía de monocultivo de azúcar a otra mucho más diversificada donde pesan el turismo, las finanzas, la industria textil, y con incipiente desarrollo en tecnología de comunicaciones e informática. Además del crecimiento, destaca el elevado nivel de cohesión social y bienestar del millón y medio de habitantes de Mauricio: el 87% es dueño de su vivienda, hay enseñanza universitaria gratuita para todos y también atención sanitaria (cirugía cardíaca incluida, aclara). Con gobiernos democráticos estables, el país decidió eliminar casi totalmente su gasto militar.

Muy lejos de allí y de ese milagro, aquí en la Argentina Mauricio Macri está a punto de tomar una serie de medidas que, indefectiblemente, van a modificar de manera significativa la distribución del ingreso, y hay serio riesgo de que esos cambios amplíen el de por si alto grado de desigualdad que deja el kirchnerismo, a pesar de ciertos avances alcanzados.

Para empezar, la anunciada devaluación, que incluso antes de concretarse ya ha desatado remarcaciones de precios que intensifican la inercia inflacionaria. ¿Podrá el gobierno entrante lograr reducir el salario en dólares sin afectar el poder adquisitivo del salario en pesos? Si lo consigue, será otro milagro de Mauricio.
También sería un milagro que la enorme transferencia de recursos hacia el sector agropecuario que implica la combinación de quita de retenciones y devaluación, no empeore el coeficiente Gini de la distribución del ingreso.

Lo mismo puede decirse del anunciado incremento del mínimo no imponible del impuesto a las Ganancias, que beneficiará a personas ubicadas en los deciles superiores de la pirámide social.

Dejando de lado la modificación en ganancias y la rebaja en los derechos de exportación, Mauricio llegó a la presidencia sin haber prometido ninguna medida impositiva (ni hablar de una reforma tributaria) que le aporte progresividad a una estructura tributaria que durante el kirchnerismo aumentó bastante su presión pero se mantuvo muy injusta. Asombraría que su gobierno impulsara medidas tales como gravar fuerte a los patrimonios, eliminar exenciones a las rentas financieras, y devolución de IVA focalizada a familias de bajos recursos, por ejemplo. ¿Un impuesto a las grandes herencias, como las de Antonia y de Máximo?

Paradójicamente, el desquicio tarifario que deja el kirchnerismo podría corregirse de manera tal que mejore la distribución del ingreso. Bastaría con quitarle los subsidios al transporte y a la energía al 20% más rico de los hogares, que actualmente reciben cerca de un tercio de esa enorme masa de recursos, según estimaciones de Cedlas; o, circunscrito al sector eléctrico, eliminar el subsidio a los dos deciles superiores de la pirámide, que embolsan algo más del 20% del total. Si quisieran ir más a fondo, habría que tener en cuenta que los cuatro deciles de arriba se quedan con el 41%.

También la obra pública reparte beneficios sociales de manera sesgada. No es lo mismo construir una red de cloacas o pavimentar una villa, que construir un centro cultural en barrio norte o en el centro de la ciudad.
Los gobiernos deberían tener un organismo encargado de evaluar medidas, políticas y proyectos importantes con la exclusiva óptica del impacto distributivo. Sería un milagro que suceda.

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