La crisis política amenaza con agravar la recesión de Brasil

Los escándalos de corrupción que jaquean al gobierno de Dilma Rousseff impiden avizorar una rápida recuperación del país que supo ser considerado motor económico mundial

Una vez fue el motor de la economía mundial, ahora es el país enfermo de los mercados emergentes. Los críticos le echan la culpa a la presidente Dilma Rousseff, ¿pero es justo?
La sala de conferencias de la empresa fabricante de vehículos pesados MAN en San Pablo está decorada con una colección de Boys' Own de camiones modelo, pelotas de fútbol y camisetas de los equipos de fútbol locales.
Pero los juguetes no ayudan mucho a levantar el ánimo. Alguna vez campeón del mundo corporativo brasileño con tasas de crecimiento de dos dígitos, la industria de los camiones, al igual que el equipo nacional de fútbol aplastado por Alemania en el Mundial del año pasado, cayó en la mala.
En el primer semestre de este año, la producción de camiones y autobuses cayó 45% en comparación con el año pasado. Es un desastre que se espera que se repita en toda la economía más grande de América Latina este año.
"En mi vida profesional, ya pasé por 17 crisis [económicas]", afirma Roberto Cortes, CEO de MAN Latin America, propiedad de Volkswagen, enumerando varios episodios de caos financiero, desde la "crisis del tequila" de México en 1994 hasta la de Lehman Brothers en 2008. "Esta es nueva. Y es específica de Brasil".
El país dejó de ser un motor de la economía mundial como una de las naciones del BRIC de crecimiento más acelerado para convertirse en el país enfermo de los mercados emergentes. El desempleo aumenta, la confianza empresarial se hunde. Standard & Poor's, la agencia de calificaciones, está considerando rebajar su capacidad crediticia a basura. El país está batiendo todos los récords no deseados. "Creemos que la actual recesión será la peor de la historia reciente de Brasil, al menos desde que se comenzaron a recoger datos trimestrales en 1996", según el BNP Paribas, que predice una reducción del producto bruto interno del 2,5% para este año, en comparación con el 0,1% positivo registrado el año anterior. Entre los grandes mercados emergentes, solo se espera que a Rusia le vaya peor este año, conforme a los pronósticos de PBI del Fondo Monetario Internacional.
A solo seis meses del inicio de su segundo mandato de cuatro años, Dilma Rousseff tiene la popularidad más baja que cualquier presidente de la historia democrática reciente de Brasil. Peor aún, la economía débil está poniendo en riesgo el apreciado logro de su Partido de los Trabajadores de izquierda, o PT, durante sus 13 años en el poder: la creación de una nueva y vasta clase media-baja. La frágil percepción de prosperidad de este grupo peligra... a la par del control del poder de la presidente.
La recesión llega cuando los fiscales están interrogando mayormente a políticos de la coalición gobernante en el marco de un creciente escándalo en la petrolera estatal Petrobras. Conocida como "Lavado de Autos", la investigación ha dado lugar a pedidos de juicio político para Rousseff y no solo pone en riesgo su legado, sino también el del PT.
"Desde la segunda vuelta de las elecciones, el gobierno no ha podido dar ni una buena noticia", afirma Renato Meirelles, director de la firma de investigación de mercado Data Popular.
Los economistas sostienen que está pasando algo con Brasil, que la actual recesión es simplemente eso: una caída cíclica más que una crisis hecha y derecha como la que el país sufrió en las décadas de 1980 y 1990.
Brasil no está atravesando una crisis de cuentas corrientes o de moneda: posee reservas en moneda extranjera de aproximadamente u$s 369.000 millones, entre las más altas del mundo. Al igual que muchos otros mercados emergentes, Brasil está padeciendo el final del superciclo de las commodities en medio de una demanda en retroceso de China, así como el final de un auge crediticio interno. Pero la profundidad de la resaca se atribuye a intentos de Rousseff -durante su primer mandato- de prolongar el partido mediante controles de precios y un programa de incentivos poco eficaz. Brasil registró su primer déficit fiscal -el saldo presupuestario antes del pago de intereses- en una década en 2014.
Su generosidad fiscal ha llevado a una situación tóxica de bajo crecimiento y alta inflación, que obligó al banco central a subir su tasa de interés de referencia a 14,25% la semana pasada: más alta que en cualquier otra economía grande. Fue el octavo aumento en once meses.
"Esta es más bien una recesión tradicional vinculada con el ciclo económico que una de esas crisis que hemos sufrido en el pasado", dice Caio Megale, economista de Itau Unibanco. "El problema es que el ciclo económico se está intensificando por las políticas exageradas del pasado... y por la operación Lava Jato".
Para lograr dar vuelta las cosas, a fines del año pasado, Rousseff nombró un ministro de Economía de línea dura, Joaquim Levy, formado en Chicago. Empezó prometiendo restablecer el superávit primario, una medida clave de la salud de las finanzas públicas, a 1,2% del PBI. Refrenó los préstamos subvencionados de los bancos estatales y recortó algunos beneficios sociales y de empleo. Pero la mayoría de los ahorros hasta ahora han provenido del recorte de la inversión pública: algo que Brasil, con su infraestructura pobre, precisa si quiere volver a crecer.
"El tema fiscal en Brasil no es solo un problema de deuda, sino también un problema de calidad del gasto", sostiene José Augusto Coelho Fernandes, director de política y estrategia de la Confederación de la Industria Nacional.
La combinación de políticas fiscales y monetarias más restrictivas intensificó la caída. El nivel de desempleo alcanzó el 6,9% en junio, en comparación con el 4,8% registrado el año pasado. La desaceleración del crecimiento aplastó los ingresos fiscales, con lo cual la semana pasada Levy debió retroceder con los objetivos del gobierno de superávit fiscal primario. Lo recortó a solo 0,15% del PBI en 2015 y lo redujo para los próximos años a niveles por debajo de lo que los economistas creen necesario para estabilizar la deuda pública. Empresas versus gobierno Ramos considera que Brasil precisará una reforma fiscal más profunda para recortar un estado que el año pasado gastó 42% del PBI: un monto comparable a los países desarrollados. El argumento es que sólo con un estado más eficiente Brasil será capaz de mejorar la productividad, reactivar el crecimiento económico y competir a nivel mundial.
En el modelo económico estatista de Brasil, frenar al gobierno a menudo también significa perjudicar los negocios, así de estrecho es el vínculo entre ambos. Cortés, de MAN, afirma que la industria no sólo está sufriendo a causa de una economía débil, sino que está siendo perjudicada por el programa de austeridad del gobierno. Los recortes de infraestructura redujeron la necesidad de vehículos pesados en la economía, pero el gobierno también redujo sus propias compras de equipos, desde camiones del ejército hasta autobuses escolares.
El gobierno también endureció los términos de un programa de incentivos en el que se ofrecían préstamos subsidiados a los compradores de camiones. "Así que ahora es más difícil justificar la inversión en camiones nuevos", sostiene Cortés. La compañía puso en marcha un programa de retiros voluntarios y despidos temporales.
En otro país, la industria automotriz podría sacar ventaja de una profunda depreciación de la moneda -el real brasileño llegó a tocar mínimos de 12 años frente al dólar- mediante el aumento de las exportaciones. Pero la intervención estatal en la industria de camiones, que requiere altos niveles de contenido producido localmente, ha minado su competitividad. Según los productores, para poder obtener préstamos subsidiados, por ejemplo, los fabricantes de camiones brasileños deben incorporar hasta un 60% de contenido local en sus vehículos, medido tanto en valor como en peso. Trampa de la clase media Según los economistas, la crisis está afectando las oportunidades de empleo de los egresados de la escuela y la universidad, en particular, y amenaza con volver a sumir a la nueva clase media-baja, que surgió durante el gobierno del PT, en la pobreza. Según Agostinho Pascalicchio, economista de la Mackenzie Presbyterian University, una encuesta que muestra que el 65% de los jóvenes de 16 a 24 años de edad quiere irse de Brasil a países desarrollados concuerda con su propia experiencia.
Fabio Mauricio, ingeniero civil de 24 años de edad, busca trabajo desde que se graduó, hace un año, pero el estancamiento de la construcción civil convirtió la posibilidad de encontrar empleo en algo imposible. Incluso están despidiendo a sus colegas que trabajan como pasantes.
Mauricio cree que el PT de la presidente Rousseff se ha vuelto demasiado cómodo después de más de 12 años en el poder. Sin embargo, el Partido Socialdemócrata de Brasil (PSDB), un partido de centro al que se considera más pro-empresarial, no es mucho mejor, afirma. "Ambos partidos están involucrados en actos de corrupción, por lo que no hay ningún lugar al que se pueda escapar."
Si bien esos sentimientos reflejan el creciente descontento no sólo con Rousseff sino con la clase política, según los analistas, la presidente es la que está en el banquillo de los acusados, con un 63% de la población que apoya un proceso de juicio político, según una encuesta realizada por CNT/MDA, publicada la semana pasada.
La presidente se enfrentó a protestas callejeras masivas a principios de este año y se prevé que haya más a fin de mes. Los fiscales en la investigación "Lavado de Autos", en la que exejecutivos de Petrobras son acusados de colaborar con contratistas en el pago de sobornos a políticos, lentamente están desapareciendo de su coalición de gobierno. Incluso su mentor, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, enfrenta una investigación penal. Con cada avance de las investigaciones, el estancamiento político en Brasilia se profundiza mientras sus aliados presionan a la presidente para que haga algo para protegerlos.
Si bien los analistas creen que un juicio político sigue siendo poco probable dado que sus socios de la coalición preferirían dejar que ella se haga responsable de la economía deficiente y las consecuencias del escándalo de Petrobras, las crecientes diferencias con el Congreso amenazan con prolongar el ajuste fiscal, sostienen los economistas. Esto podría, a su vez, retrasar una recuperación: BNP Paribas en su informe titulado "Nos vemos en 2017" predice que la economía se contraerá un 0,5% más el año próximo.
"¿Atraviesa hoy Brasil una crisis económica? Sí", afirma Meirelles. "Pero la mayor crisis de Brasil no es esta. La mayor crisis de Brasil radica en otro lado. Es el vacío de liderazgo".
Para Rousseff, la estrategia será sobrevivir el próximo año y sostener la esperanza de una recuperación económica. Ya hay indicios de que la política monetaria restrictiva del banco central está actuando para reducir la inflación. Si se la logra controlar el próximo año, el estrangulamiento de las altas tasas de interés puede comenzar a suavizarse, lo que dará un respiro a la economía.
La misma esperanza comparten los ejecutivos de MAN. Quizá sea demasiado poco y demasiado tarde, pero Brasil está tratando de hacer las cosas bien, afirma Cortés. "En 2016, la economía quizá no se recupere, pero comenzará a recuperarse y las cosas volverán a la normalidad dentro de dos años", sostiene. "Los fundamentos de la economía son razonables. No podemos comparar [Brasil] con Argentina, Bolivia o Venezuela".

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